El canoso consecuente
Todas las mañanas camino 10 cuadras exactas a mi trabajo, 1580 pasos, unos días más y otros menos. Según sea el tono de la mente con el que despierto, algunas caminatas son instrospectivas, la cabeza levemente gacha, los ojos que casi no miran, la mente un tanto acelerada anticipando los movimientos del día y en los auriculares música un poco histérica. Otras, en cambio, son puro cuerpo y corazón, la mente en silencio, los ojos, que no alcanzan, miran la montaña, ahora el lago, otra vez las montañas y vuelven una y otra vez al cielo, a veces de un azul total, rotundo, otras de un gris negro amenazante y casi siempre salpicado de nubes algodonosas. Suelo tomar distintos itinelrarios, según los días, pero hay un puñado de rincones por los que siempre busco pasar: aquel terreno baldío esquinero desde donde la vista del lago es una postal, aquella calle que va subiendo hasta un grupo de casas que quedan recortadas contra la montaña, dominando, o aquel jardín de la casa blanca enorm