Una razón por la que el mundo es hoy un lugar mejor(1)






 ("La vida   de las mujeres es un infierno: golpeadas, maltratadas, violadas, empobrecidas, abusadas, ninguneadas, postergadas" escucho decir a algunas chicas feministas. Otras menos extremadas nos cuentan que ganan menos que compañeros menos capaces y que  los hombres le ceden el paso cuando pasan una puerta o que les miran "inapropiadamente" sus atributos físicos. Y recuerdo esto que escribí hace un tiempo cuando me pareció entender que la Revolución de las Mujeres estaba en marcha. Creo que todo empezó cuando muchas de ellas empezaron a trabajar empujadas por la guerra que se llevaba al frente a millones de trabajadores jóvenes al frente y luego cuando pudieron controlar la natalidad con los anticonceptivos. Pero eso es otra historia)



  Es un verano caluroso en la montaña: hoy hacen unos poco frecuentes 35º. Me cruzo con una de las tantas familias judías que visitan mi pueblo en estos días. Él camina adelante, despacio, con los 2 chicos de la mano. Tiene 20 y tantos años, barba, un traje negro, camisa blanca y un sombrero negro y grande. Los chicos tienen 2 y 3 años y llevan un  kipa  sobre sus cabecitas. Ella, también jovencita, camina detrás, casi temerosa, con el pelo tapado, una falda larga y amplia y medias 3/4 para no mostrar la piel. Sin maquillaje ni adornos: indudablemente pretende no ser ni sexy ni atractiva y lo logra. Pertenecen a un grupo, cada año más numeroso, de judíos religiosos porteños que vienen a veranear a Bariloche.


 Ellos como muchos hombres y mujeres en todo el mundo, no solo judíos sino también cristianos, musulmanes y seguramente de muchas otras religiones  respetan la norma de evitar que las mujeres despierten el deseo sexual en otros hombres aparte del suyo (y tampoco mucho): a Dios no le gusta que los hombres usen el sexo más que para procrear. Sus razones tendrá: seguramente las familias religiosas son más estables y menos propensas a incidentes de cuernos, divorcios y demás.  Basta ver como en las sociedades modernas,  cada vez más erotizadas y menos religiosas, los matrimonios, las parejas, las familias son más bien un despelote.

 De hecho empezamos a ser humanos desnudos y después inventamos el pudor, el vestirnos, el tabú del incesto y todas las restricciones al sexo, seguramente para que nos reprodujéramos sanamente sin degenerar. De ahí en más hemos vivido siempre tapándonos, como Dios manda, hasta que las mujeres de mi generación empezaron a tomar masivamente anticonceptivos, a trabajar, a formarse y a destaparse: ellas fueron las que hicieron la Revolución Sexual.

  No se bien cual ha sido la importancia de esto, no se cuan valiosa es la libertad sexual de la que gozan, por ejemplo, aquel grupo de pibas en musculosa y en shorts escasos que se cruzan con la chica judía que sigue caminando atrás de su hombre con su falda larga.

  En todo caso mucho menos importante que la verdadera Revolución que fué el paulatino pero sostenido avance de lo femenino, de las mujeres, sobre los espacios de poder en todos los ámbitos de nuestras sociedades. Un avance que se hizo incontenible cuando, en el último tercio del siglo XX, pasaron a ocupar más de la mitad de las matrículas universitarias y más de la tercera parte de los puestos de trabajo.  Yo me asumo como testigo privilegiado  de esta transformación, ya que fueron las mujeres de mi generación sus protagonistas. 






Y   aunque algunas mujeres poderosas decididamente no me gustan, 



otras son tan desastre como algunos hombres ,                                                                                  
estoy convencido de que el mundo es un lugar mejor desde que  en los despachos donde se asienta el poder hay                                         
                           menos testosterona
                            y más estrógenos.






                  

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