Metallicci (Los Metálicos)


   
  A Jules, querido, a Jorge, Silvita, Cortito, Daniel, Gonzalo, Fede, Ana y tantos otros que tal vez estén ahora, todos juntos, de fiesta en ese Paraíso que tanto buscaron aquí abajo. Y a E., una mujer de bandera.





 Recuerdo nítidamente de los años  80´s, su Lado Oscuro, que tiñó de negro las ropas (de cuero) que usamos,  la música que escuchamos, el maquillaje de las chicas y de los chicos que competían a ver quien lucía un look más tenebroso. Una parte del Mundo en esos años estaba como tocado por la Muerte, como si La Oscura Señora se hubiera dado una vuelta por este mundo (bajó en Londres seguramente, donde todo lo moderno empieza).Y  en su paseo dejó olvidado un don que solo poseían Los Dioses Oscuros: la heroína.


 Y así fué como algunos hombres y mujeres jóvenes ( los más valientes,? los más locos,? los más débiles?...) cambiaron sus porros y sus trips que prometían profundos e iluminadores viajes interiores, por el caballo que no prometía nada pero que daba a cambio un único, breve y poderoso instante de algo que nunca habían sentido ni sentirían  en sus vidas.

Formó parte de la cultura de aquella época una forma menor de literatura y arte: la historieta ilustrada, el comix como se denominaba aquel grupo de libros y revistas de los cuales destaco El Víbora como la que mejor representó aquellos oscuros, intensos y divertidos años. Recuerdo aquellas viñetas coloridas, hermosas y a la vez lúgubres, describiendo  esos mundos post-nucleares en ruinas, lleno de mutantes pero en donde no faltaban las chicas pulposas y abundantes, sexys a pesar de tener alguna malformación genética evidente. Una de esas historietas, Metallicci et Miserabilis, da título a esta historia, que es una historia  muy de aquella época en donde está presente la heroína pero también alguno de estos pibes y pibas que quisieron vivir intensamente, atentos a su tiempo, intentando ser todo lo libre y digno que puede ser alguien atrapado por una adicción.



Esta es la historia de J., un señorito de provincias de la España de aquellos años. Alguien de buena  familia que es el más moderno, el más vanguardista, el más intenso, el más conflictivo, de los chicos del pueblo. Y que pronto siente que el pueblo le queda pequeño y parte hacia la ciudad en busca de la verdadera acción. Y allí J. se encontró con el caballo, que significaba un escalón más arriba, el más alto, en esa frenética búsqueda de algo indefinible, oscuro y poderoso, sublime y doloroso a la vez, que atrajo a J. desde que se hizo un jovencito.

 A partir de que J. se hace adicto, comienza en su interior una encarnizada y esquizofrénica batalla entre el junkie y el tipo inteligente, joven empresario moderno, que como todo chico de provincias, ambiciona ser el más vanguardista de los vanguardistas, "que se creerán los madriletas estos, que son los únicos listos, eh?". Por cierto tenía con que sostener su ambición: su mujer era una extraordinaria diseñadora, de un gusto exquisito. Había mamado la costura en su familia: la abuela trabajaba para uno de los talleres de un clásico de la moda española.

 Y asi fué como Metallicci comenzó su carrera de Marca Modernosa de Ropa de Piel, una carrera digna de ser contada en El Víbora, que pasó por las mas importantes Ferias de Moda de España (por supuesto las primeras ediciones de lo que es hoy el Salón Cibeles), vistió a la famosa Rosy de Palma almodovariana y a otras reinas de la Movida Madrileña, y terminó (yo dejé de ver esta película allí) exportando a Japón, en la época en que los japoneses tenían dinero. Importantes exposiciones de la colección en Suites Presidenciales de hoteles 5 estrellas, sin dinero para pagar no solo la Suite sino tampoco el bocata en el bar de la esquina. Urgentes citas comerciales demoradas por excursiones al Barrio Chino de la Ciudad en busca del gramito salvador, entregas millonarias suspendidas por "monos" paralizantes inoportunos, fueron algunos de los delirantes episodios de esta historia, de la que J. finalmente termina apartándose porque su salud comienza a decaer y para que su mujer tenga el campo despejado para seguir.

 J. murió joven, no se si llegó a cumplir 40 años. No fué un santo y , más bien, yo diría que se portó mal. Pero luchó, soy testigo,  por ser fiel a una frase que le oí repetir mil veces:" Se puede ser junkie y ser un caballero también". Intentó ser un caballero, a pesar del caballo.

   Y a lo lejos, visto desde aquí, creo que lo logró


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