Una historia pequeña y triste
Juan nació en Córdoba, en un pequeño pueblo
llamado Canals. Hijo de un comerciante, su vida fué siguiendo los pasos
previsibles, incluídos, por supuesto, los estudios universitarios en la Capital de la Provincia. A la hora
de elegir profesión a nadie extrañó que eligiera la de Contador: Juan tenía una
de esas mentes que a todo le pone medida, le calcula rendimiento, le prevee
resultados. Vino después del Título el trabajo en el Banco Nación de su pueblo,
el casamiento con Laura y como no, su primera casa en un barrio de casas
pequeñas pero bonitas, con jardincito y parrilla. Fué en este tiempo que surgió
un amor que duró toda la vida y que compartió con Laura: los 2 quedaron
fascinados con Bariloche desde que lo conocieron en su Luna de Miel. Todos los
meses Juan ahorraba el 13% de su sueldo, de manera que todos los años al llegar
Mayo, cuando empezaba la baja temporada y las tarifas bajaban, pasaban 14 días
en Bariloche, sin derrochar pero felices.
Juan calcula, los números no cierran. La
cuenta "resultados" no iba a cerrar en Canals. Surge un proyecto: ahorrar 5 años
para comprarse un terreno en Bariloche, en un loteo retirado del centro pero
con futuro. Así lo hicieron y el próximo paso se les hizo evidente: construir
una pequeña vivienda les permitiría ahorrar bastante de lo que gastaban en
vacaciones. Primero vinieron los chicos, seguidos porque casi dan el mismo
trabajo 2 que 1. A
los pocos años, el “ranchito en la
Patagonia ”.
“ Y si nos vamos a vivir a Bariloche?”,
pregunta Laura una noche. Juan hace las cuentas. Vendiendo la casa de Canals,
pidiendo un traslado para la sucursal Bariloche del banco, la mudanza no
significaría pérdidas. Dos años tardaron en vender lo mejor posible y
construir, ahora sí, una casita apta para albergar a la típica familia de
inmigrantes de otras provincias que llegan a Bariloche en busca de la paz. Algo
así encontraron: Juan recuerda aquel tiempo con emoción. Vida familiar, un buen
trabajo, las metas que corresponden a un Contador, cumplidas una a una ( cambios
de coche frecuentes, casas cada vez más grande, vacaciones en la playa, colegio
privado seguido de estudios universitarios para los chicos, etc..), que más
pedirle a la vida? “Hay algo más”, descubre Juan: “a esta altura ya puedo
jubilarme”. Estas vez las cuentas son bien cuidadosas, el paso es arriesgado.
“Cuanto necesitamos para vivir? Y los chicos? Las jubilaciones son tan
bajas…mmmmm”. “Basta de dar vueltas”, impone Laura. Y así comienza una nueva
vida, la que Juan recuerda como la más intensa, la más feliz. Los chicos, en
realidad un hombre y una mujer, ya viven lejos, no hay necesidades económicas,
Laura y Juan disponen de todo el tiempo para… para que? “Que hago ahora”?, se
pregunta Juan que ya no encuentra cuentas para hacer. Al principio no disfruta,
más bien sufre. Un día Laura, otra vez Laura, informa: “acaban de iniciar la Carrera de Historia en la Universidad del
Comahue, aquí en Bariloche. No es eso lo que realmente te interesó siempre?”
Si, siempre le había interesado la
Historia a Juan, leía mucho, de todo, anárquicamente, pero la Historia le apasionaba.
Dicho y hecho Juan empezó a estudiar, a ir a la Facultad , a relacionarse
con gente con quien compartía un fuerte interés y por un instante tocó el cielo
con las manos, en esos días lo tuvo todo, sintió como si toda su vida hubiera
sido una preparación, una carrera hacia ese momento de plenitud.
Pero Laura, otra vez Laura, un día,
inesperadamente, en un abrir y cerrar de ojos se fué. Para siempre. 50 días
pasaron entre aquella visita rutinaria al médico en la que le descubren un pequeño
bulto en la cabeza y la despedida en la que Juan la escuchó darle el último
consejo: “Reíte , Juan”. 50 días que a Juan le parecieron el Infierno, porque
no sabía que el Infierno recién comenzaba. El infierno es estar solo. Pero todo
pasa, aún el dolor más intenso. Pronto dejó de llorar casi todos los días para
pasar a estar como ido y al fin pareció recuperarse para ser el de siempre un
poco más triste.
Juan
vive hoy tranquilo. Ya no llora pero tampoco se ríe. No tiene motivo: sabe
que lo mejor de su vida ya pasó.
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