Los chicos de la playa




 
                             

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  Caminé con los surfos algunos años en Costa Rica. En realidad, yo caminaba, ellos flotaban. Porque un surfo, tal vez por las características del deporte que practica, que consiste en desafiar la ley de gravedad, vive despegado de la tierra, digamos uno o dos centímetros por lo menos.
 Vivíamos en un pueblo del Pacífico de Costa Rica, Playa Jaco, con olas, no como las de Hawai o Australia pero, como en varios puntos de Latinoamérica (Perú, Ecuador, Mexico), lo suficientemente buenas y frecuentes como para atraer a surfers de todo el mundo. Para el grupo de surfos argentinos, de quienes fuí vecino durante 7 años, la mayoría de Mar del Plata y Villa Gessel , de la Costa en general, era increíble poder surfear casi todos los días y con esas olas. Eran entre 50 y 100 dependiendo de los meses, un poco hippies en el sentido de poco preocupados por el consumo y lo material, en realidad poco preocupados por todo menos por el surf. Siempre admiré como esos pibes, libres, lejos de sus casas, jóvenes y como tales bastante desordenados en muchos aspectos, se entregaban al surf con la misma disciplina y seriedad conque otros se entregan a un trabajo para ganar dinero, o a una profesión para desarrollar una carrera. No se porqué o para qué lo hacían, pero el dedicarse al surf con cuerpo y alma era para ellos una cosa absolutamente natural, les salía fácil, de adentro, nada forzado.

   Todos los días, temprano, un poco después del amanecer, ya estaban en el agua, cabalgando sus tablas, mirando el horizonte, en silencio, esperando que el mar "llenara", que la marea subiera y que empezara la rítmica sucesión de olas. En esas 2 o 3 horas ellos, sus tablas y el mar eran uno mismo.
La noche anterior pudieron haber tomado unas birras de más o fumado más porros de la cuenta, algunas veces, demasiados, pero al otro día con las primeras luces comenzaban a adivinarse sus siluetas, con las tablas bajo el brazo, en busca del coche, o del compañero o de la ruta en la que hacer auto-stop para llegar a la playa. Siempre, todos los días sin faltar uno, llueve o truene, con resaca o frescos como una lechuga, allí van los Chicos de la Playa, que la vida es una ola y para agarrarla hay que estar ahí, justo cuando viene.
( Conozco otro caso de pura entrega: H. que hace más de 20 años dedica su vida al Aikido)

Con el tiempo el camino del surfo se bifurca: uno sigue la ruta del mar, de la libertad, de las olas. En el otro hay una mujer con todo lo que ella trae detrás, el trabajo, la casa, el progreso, los chicos. El amor a una mujer y el amor al surf no se llevan bien, están hechos con la misma energía, se rechazan, es uno u otro. Y así es como el surfo en ese punto elige  amar a una mujer. Son los que hoy veo, más gordos, dedicados a hacer dinero o a una carrera, un poco nostálgicos de aquellos momentos en que la vida era , de verdad, intensa. Los que siguieron surfeando, pocos, caminan erguidos, solos, tatuados, atléticos a pesar de la edad, orgullosos y sobre todo tristes.


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