Recapitulando



 

( Carlos Castaneda, Las Enseñanzas de Don Juan. No sería el que soy si no lo hubiera leido )

No creo haber venido al mundo flojo de memoria, más bien todo lo contrario. Pero nunca ejercité con entusiasmo el acto de recordar, como si mirar el pasado me hiciera perder tiempo y energía para vivir el presente, para proyectar el futuro. Contribuyó a este tratamiento descuidado de mi memoria un hecho doloroso durante mi infancia, la muerte de mi madre, sobre el cual decreté un Olvido Forzoso con relativo éxito, lo que determinó que un cono de sombra ocultara todos mis recuerdos que estaban relacionados con ella. No guardo ningún recuerdo de ella ni tampoco de absolutamente nada de los años en que estuvo viva. Por otra parte el uso frecuente de drogas durante varios años, estoy seguro, dejaron cierto deterioro en aquel grupo de neuronas encargadas de guardar la información. O sea que siempre viví mirando poco para atrás y cuando lo hice encontré una masa amorfa de recuerdos borrosos, desordenados, a los cuales nunca me preocupé por encontrarles mayor significado.

  Hoy estoy cambiando el rollo. Ahora que noto lleno mi disco duro, que encuentro dificultades en agregar nuevos datos, nombres, hechos, fechas, situaciones, que se empeñan en no dejar registro, que se esfuman inmediatamente, quiero rescatar aquellos archivos que permanecen ocultos, aquellos libros de mi memoria que descansan en estantes neuronales que nunca pude visitar. O sea que ya que  no puedo aumentarme desde afuera, intento agrandarme por dentro.
   
  Y aquí recuerdo aquel joven antropólogo gringo, Carlos Cataneda, que nos fascinaba en los  70´s  a  los millones de jóvenes que habíamos experimentado con ácidos y otras yerbas, con historias que nos hablaban de brujos, hongos alucinógenos, realidades aparte y viajes a estados de conciencia “no ordinarios”. Contaba Carlitos, como lo llamaba su maestro Don Juan, que uno de los ejercicios a los que se debió someter durante su duro aprendizaje fue el de La Recapitulación.
Consistía en encerrarse durante todo el tiempo que fuera necesario para escribir cronológica y minuciosamente todos los recuerdos, hasta el último, en un cuaderno , lo que permitiría, primero, ser conciente de lo vacía que había sido su vida hasta entonces y luego, simbolizar mediante la quema del cuaderno, la determinación de dejar atrás esa personalidad tan tonta.
 
  Y aquí estoy, entonces con mi cuaderno de tapas duras, Éxito, de 100 páginas las que fui numerando desde el número 1951 en adelante y al que dedico 2 horas, de 9 a 11 de la mañana, para intentar llenarlo de recuerdos. Y así, con mucho esfuerzo, voy recuperando algunos y descubriendo olvidos nuevos. No sigo un orden cronológico sino que dejo que la mente discurra entre esos archivos cubiertos de polvo, y me concentro cuando se anima a meterse en alguno de ellos. Que hice en el Verano del 73? Con que me disfracé en La Vuelta Olímpica del Colegio? Como era la puerta de entrada a mi casa de Positano? Y así voy escribiendo todos los días por lo menos unas líneas, sin preocuparme porque la mayoría de las páginas estén todavía en blanco. Sólo me preocupan los recuerdos “fantasmas”: de vez en cuando aparece la cara de alguien, o yo, chiquito, paseando por un lugar extraño, o mi viejo y mi hermano en una playa que nunca conocí. Las imágenes son claras pero con aquella nitidez sospechosa que tienen algunos personajes que aparecen en los sueños a quienes, al despertar, estamos seguros que jamás conocimos y aún más, sabemos que no existen. Y esto me preocupa porque temo que al final, mi Recapitulación, el Ricardo que estoy construyendo con mis recuerdos, sea una especie de Patchwork, hecho con retazos de otras vidas y chispazos de mi imaginación. 

No terminaré loco finalmente, ignorando donde empieza el que soy y donde el inventado?.







Comentarios

Entradas populares de este blog

El misterio de la muerte (y de la vida) de Osho

Guerreros emocionados

Dudar o reventar (1)