Que hacemos con los guerreros?




Dicen, los evolucionistas que estudian estas cosas, que  somos, morfológicamente, tal como éramos hace 10.000 años, fecha en que se produjo el último gran cambio evolutivo. En aquellos tiempos vivíamos peligrosamente: un animal grandote que cazar por allí, vecinos que nos atacan porque pretenden nuestras hembras o nuestras tierras, disputas dirimidas a los hachazos y así. Desde entonces, siglo tras siglo, la historia de los hombres fué la historia de sus guerras.

 Durante mucho tiempo los guerreros fueron tipos necesarios y respetados. En aquellas sociedades que clasificaban a los individuos en base a factores heredados o de nacimiento, la casta de los guerreros ocupaba un lugar destacado en la pirámide social. Pero no todos podían ser guerreros: para serlo había que nacer con esa configuración, con ese programa, con ese temperamento (como se denominaba antes a lo genético) que los caracteriza. Cada especie y cada individuo tiene una particular forma de reaccionar ante el peligro: casi todas las hembras de todas las especies  ( y yo) huyen o buscan calmar la situación; las cebras y las gacelas corren todo lo que sus poderosos músculos les permiten; a los gatos se les eriza el pelo; algunos animales se hacen los muertos y otros se mimetizan para ocultarse.  Pero los leones y algunos hombres, los guerreros, luchan a muerte.

  Para que necesitamos hoy a los guerreros si el mayor peligro que corremos  es que se apaguen las pantallas que pasamos mirando casi todo el día ? La casta de los guerreros está dispersa y desocupada.
 Algunos logran socializarse adaptándose a las propuestas que las sociedades inventan para contener su agresividad esencial: las instituciones militares y policiales, los deportes o la violencia como entretenimiento en el cine, en la tele, en los videojuegos (que además simulan el combate). Y aunque suele ser un poco incómodo tenerlos cerca (siempre una pelea, una discusión, a veces unos empujones y unos golpes), son los tipos valerosos que se tiran al agua para salvarte o se meten en la casa incendiada para sacar a la abuelita.
 Otros caminan por el lado salvaje robando bancos o coches, se hacen sicarios del narco o encuentran en lugares remotos puestos de combate en guerras ajenas, no importa mucho si es por la defensa de Occidente, el triunfo del Islam o el de la Revolución Socialista. (Hoy, unos pibes franceses, descendientes de musulmanes acribillaron a 12 periodistas de la revista Charlie. La defensa del Islam, las burlas al Profeta, el entrenamiento en Siria, etc., etc., es el camino oportuno que encontraron  para expresar su inclinación natural a la guerra, al combate, a la adrenalina y en definitiva a despreciar la muerte. Podrían haber sido también traficantes de armas o narcos).
 Y otros guerreros, y esto es lo peor, acceden al poder. Creo que el mundo sería un lugar mejor si los guerreros se mantuvieran alejados de él. Cuantas guerras, cuantos muertos, cuanto dolor les debemos a los gobernantes guerreros? Cuanto más fácil sería solucionar el conflicto en Palestina si los gordos de Hamas se dedicaran a escalar montañas sin cordadas, en vez de conducir al pueblo palestino al martirio y los halcones israelíes se integraran a la barra brava de Atlanta, en lugar de arrojar cohetes sobre la población civil.

  A diferencia de los leones y demás predadores feroces, algunos guerreros son capaces de ser crueles. Esta capacidad de obtener placer causando daño o sufrimiento a otros es exclusivamente humana. Los guerreros, con el tiempo, le toman el gusto a la sangre. Todos nos hacemos adictos a nuestra química, a nuestro programa esencial: ellos necesitan tener la sangre llena de adrenalina. ("La violencia seduce" dice Hector Leis un montonero con una mirada crítica sobre los 70, que no es la "políticamente correcta" que predomina hoy en el kirchnerismo. Ver "El Diálogo" en You Tube entre Leis y Graciela Fernandez Meijide). Y después, como sucede con todas las adicciones, el cuerpo se acostumbra, el efecto es cada vez menor y hay que aumentar la dosis. Entonces ya no basta con aniquilar al enemigo, es necesario que además sufra. Y si además ese sufrimiento sirve para aterrorizar, para sembrar el miedo, para menguar las fuerzas contrarias, para obtener información, mejor. Los sicarios narcos y los mareros centroamericanos cortan cabezas, al igual que los yihadistas. En Sinaloa, (cuenta Perez Reverte en La Reina del Sur), cuando algún narco debe ser eliminado se mata también a su mujer y sus hijos. Los militares argentinos torturaban sistemáticamente y luego "desaparecían" a los guerrilleros que capturaban. Los serbios practicaban la limpieza étnica violando y eliminando a sus vecinos croatas, bosnios y de otras etnias, para construir la gran Serbia.

 En Ruanda, hace apenas 20 años, según cuenta el general Romeo Dallaire, comandante de la fallida misión de Paz de Naciones Unidas, los hutus, (que en cien furiosos, enloquecidos y sangrientos días, mataron a cerca de 800.000 tutsis) " a las mujeres les introducían palos y botellas que rompían(...),mataban a los niños delante de sus padres, les cortaban las extremidades y los órganos genitales y les dejaban desangrarse..." y no sigo

El libro que escribe Dallaire sobre Ruanda se llama "Dándole la mano al Diablo". Si este existe seguramente andaba entreverado por ahí .

 Y seguirá caminando allí donde haya guerras, disfrazado de marine o jihadista, de montonero o de milico, de independientista o de proruso, de revolucionario o de reaccionario, haciéndoles creer a los hombres que las guerras son necesarias para mejorar el mundo.
           Cuando lo único que consiguen es sembrar muerte, dolor, odio y destrucción y sacar a la luz lo más                                                                            oscuro que tenemos dentro.

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