Vivir sin certezas

 

       Introducción

 

  El profundo cambio en la forma en que la humanidad comenzó a comunicarse en el siglo  XXI es un inagotable motivo de reflexión por parte de periodistas, psicólogos, sociólogos y otros expertos. Y lo seguirá siendo durante años porque el impacto que tuvo, tiene y tendrá apenas lo estamos vislumbrando. Mientras las transformaciones profundas y abruptas, a las que llamamos revoluciones, están sucediendo no nos damos cuenta. Todo a nuestro alrededor tiembla y nosotros temblamos también, sin entender bien lo que pasa. Tiempo después nos encontramos viviendo en otro mundo. “Ah, era esto” nos decimos con cierto asombro y seguimos. Es nuestra destreza más destacada: siempre seguimos.

  Hasta  el advenimiento de la Revolución Digital  un poderoso conglomerado de medios de comunicación, (diarios, revistas, cine, radio, televisión) era el encargado de hacer circular  y transmitir la información, el conocimiento y la cultura de nuestro tiempo. Si bien en este grupo aparecían diferentes voces que nos contaban distintos relatos,  creíamos que, en  su conjunto, nos pintaban una imagen, por lo menos aproximada, de la "realidad".

 Pero entonces, el caos. Con el acceso masivo a la Web aquella estructura más o menos homogénea de medios se fragmentó en mil pedazos; blogs, webs, portales, redes sociales se convirtieron en una red, paralela al conglomerado de medios, encargada de relatarnos otras historias. O las mismas desde otro lugar.

   Lo nuevo que estamos viviendo es que hoy pensamos y opinamos sobre infinidad de temas, aún sobre aquellos que están muy alejados de nuestra experiencia y de nuestro conocimiento: hoy podemos “saber” que la minería “a cielo abierto” impacta negativamente sobre el ambiente, que el déficit fiscal de EEUU es enorme  o que existe una brutal  represión a la minoría uigur en China. La cantidad de información acerca de lo que existe, del mundo, de su entorno, de sí mismo que tiene en la cabeza el hombre contemporáneo interconectado por la Web es exponencialmente más grande que el que tenía un humano promedio hace 50 años.  En nuestras  pantallas y dispositivos aparecen constantemente informaciones que sobreestimulan nuestro cerebro y sobre muchas de las cuales inevitablemente tendemos a  forjarnos una opinión. La necesidad de comprender está en nuestra naturaleza.

 Y lo más revolucionario aún, es que no sólo accedemos fácilmente a esa enorme masa de información encendiendo alguna de nuestras pantallas sino que podemos, además  de construir explicaciones sobre incontables temas, comunicarlas con la misma facilidad,  utilizando alguno de nuestros  teclados. Seis líneas, un click y listo: otra opinión más  que se integra a la  densa nube que envuelve el planeta compuesta por billones de unos y ceros que, almacenados en los servidores de Google, codifican los pensamientos (estúpidos y sensatos, obvios  y geniales) de la humanidad.

  En consecuencia ya no hace  falta tener algún reconocimiento intelectual, ni trabajar en un medio,      ni investigar, ni estudiar biología, economía o historia para, entre otras cosas,  explicar, conjeturar, informar, mentir, decir estupideces, opinar como si se supiera de temas que se ignoran y elaborar teorías delirantes; y además comunicarlas al instante. Cualquier bobo puede hacerlo desde sus redes, sus webs o sus blogs  (así lo hago yo, por ejemplo).

  Con la multiplicación exponencial de emisores llegaron la extrema abundancia y la consiguiente degradación: el espacio comunicacional es hoy un mar gelatinoso saturado de  "pensamiento chatarra" que es al conocimiento lo mismo que el "fast food" a la alimentación: un sucedáneo.

 Y lo más grave es que nos acostumbramos a tomar en serio lo que circula. Todo tiene la misma jerarquía. "La Biblia Junto al calefón", dice el tango. La investigación de una señora sevillana sobre los Amos del Mundo (Bill Gates, Soros y demás) que le permitió “descubrir” que las vacunas llevan un chip para controlarnos, junto a una charla Ted sobre las redes neuronales implicadas en la percepción visual. "Todo es igual, nada es mejor".

 

 Dice Trista Harris, uno de los ex-CEO`s disidentes de las grandes plataformas digitales,  que hoy nos advierten de sus peligros en el documental de Netflix "El Dilema de las Redes Sociales":

 " No podemos seguir adelante si no acordamos que es la verdad"´

  Desde hace 2500 años nuestra cultura reflexiona sobre la representación que nos hacemos en nuestra cabeza acerca de lo que está ahí afuera. Desde los griegos a los posmodernos miles de mentes brillantes pensaron en que cosa es la verdad y acerca de los medios para acceder a ella. La Teoría del Conocimiento es una reflexión continua y que probablemente nunca acabará, ni falta que hace, porque pensar es lo que nos hace humanos.

 Creo que no es a esto a lo que se refiere Harris, o por lo menos lo que yo considero acertado de esta proposición; es algo mucho más sencillo. Se trata simplemente de saber que a la verdad no se accede leyendo un artículo de Wikipedia y viendo 2 videos. Lo que obtenemos así es solo una pinceladita de un cuadro que tiene miles de ellas. Si damos por ciertas “verdades” a las que accedemos ligeramente, podemos asumir que nuestras opiniones también ligeras, consistentes generalmente en relacionar hechos, encontrar dudosos patrones y atribuir efectos a causas en forma más o menos arbitraria son también ciertas.

 El resultado de este proceso es que las verdades se perdieron en el espeso "Mar de las Creencias Flojitas de Papeles".

  “Yo creo que la verdad se escondió, se guardó, está oculta en un refugio de montaña, en una playa desierta. Yo en su lugar hubiera hecho lo mismo; no hubiera soportado navegar en la red mezclada, confundida  con un montòn de paparruchadas disfrazadas de verdades. Nos exige un poco màs de respeto.

 Quiere, para volver a aparecer, dejar pasar esta explosión que nos llenó el espacio de inùtiles terabytes y espera que el tràfico afloje, Nos pide tambièn otra actitud màs  humilde: duden, nos dice, de lo que leen, de lo que piensan, de lo que ven, de lo que creen..”

 

Dudar. Saber que no sabemos. Tal vez todo empiece por ahí.


 


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